Reflexividad
Reflejos y reflexión: para mí están unidos. Me fascinan las fotografías que contienen dentro de ellas el mundo virtual de un reflejo: como Nabokov, veo en un charco una ventana a otro mundo, o a otra manera de ver el nuestro. Un reflejo es la primera intuición del microcosmos en el macrocosmos, o viceversa: es la primera obra de arte, la primera representación del mundo que se enmarcó y se encastró en otra, como un niño en el vientre de su madre. Se me ocurre que la consciencia se originó por el estremecimiento que causa un ojo en el espejo de otro ojo, light seeking light. O quizá tratando de diferenciar un reflejo de una imagen real, cruzando el marco que las separa. La asociación entre reflejo y reflexión no es casual, sino antigua y profunda. De ahí que un reflejo siempre nos haga meditar, y que me parezca irresistible la conjunción de reflexividad estructural y de espejos en las imágenes o en la literatura. Por eso me gusta este poema de Shakespeare, o este de Marvell.
O este de Borges, rotundo:
Los espejos
Yo que sentí el horror de los espejos
No sólo ante el cristal impenetrable
Donde acaba y empieza, inhabitable,
Un imposible espacio de reflejos
Sino ante el agua especular que imita
El otro azul en su profundo cielo
Que a veces raya el ilusorio vuelo
Del ave inversa o que un temblor agita
Y ante la superficie silenciosa
Del ébano sutil cuya tersura
Repite como un sueño la blancura
De un vago mármol o una vaga rosa,
Hoy, al cabo de tantos y perplejos
Años de errar bajo la varia luna,
Me pregunto qué azar de la fortuna
Hizo que yo temiera los espejos.
Espejos de metal, enmascarado
Espejo de caoba que en la bruma
De su rojo crepúsculo disfuma
Ese rostro que mira y es mirado,
Infinitos los veo, elementales
Ejecutores de un antiguo pacto,
Multiplicar el mundo como el acto
Generativo, insomnes y fatales.
Prolongan este vano mundo incierto
En su vertiginosa telaraña;
A veces en la tarde los empaña
El hálito de un hombre que no ha muerto.
Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
Paredes de la alcoba hay un espejo,
Ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
Que arma en el alba un sigiloso teatro.
Todo acontece y nada se recuerda
En esos gabinetes cristalinos
Donde, como fantásticos rabinos,
Leemos los libros de derecha a izquierda.
Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
No sintió que era un sueño hasta aquel día
En que un actor mimó su felonía
Con arte silencioso, en un tablado.
Que haya sueños es raro, que haya espejos,
Que el usual y gastado repertorio
De cada día incluya el ilusorio
Orbe profundo que urden los reflejos.
Dios (he dado en pensar) pone un empeño
En toda esa inasible arquitectura
Que edifica la luz con la tersura
Del cristal y la sombra con el sueño.
Dios ha creado las noches que se arman
De sueños y las formas del espejo
Para que el hombre sienta que es reflejo
Y vanidad. Por eso nos alarman.
Todo es misterio para Borges. De hecho, en última instancia todo es misterio en el mundo, y a ese misterio insondable que "se oculta detrás" nos conducen los espejos y la reflexión. Pues el mundo no lo conocemos siquiera sino reflejado en ese espejo que es la mente, esa forma especular, o waking dream, que somos nosotros mismos.
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