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Vanity Fea

Things That Might Have Been

Un verso lo tomó Borges como título para uno de los poemas de Historia de la noche (1977). A través de Borges, y de Google, he llegado a este pasaje del Christus de Longfellow.

En un aparte durante las Bodas de Caná, el visionario Manahem habla como sigue sobre el destino y la eternidad, y sobre el paseo que nos damos por la parte de ella que nos toca ver. Me gusta la manera en que dice que nuestra vida está hecha no sólo de realidades acabadas, sino también de las esperanzas y posibilidades por las que hemos pasado (lo que Michel André Bernstein, en Foregone Conclusions, llama sideshadows...). Y hasta lo que no fue ha sido en cierto modo, pues también eso da forma a nuestra vida y nos hace lo que somos.

The things that have been and shall be no more,
The things that are, and that hereafter shall be,
The things that might have been, and yet were not,
The fading twilight of great joys departed,
The daybreak of great truths as yet unrisen,
The intuition and the expectation
Of something, which, when come, is not the same,
But only like its forecast in men’s dreams,
The longing, the delay, and the delight,
Sweeter for the delay; youth, hope, love, death,
And disappointment which is also death,
All these make up the sum of human life;
A dream within a dream, a wind at night
Howling across the desert in despair
Seeking for something lost it cannot find.
Fate or foreseeing, or whatever name
Men call it, matters not; what is to be
Hath been fore-written in the thought divine
From the beginning. None can hide from it,
But it will find him out; nor run from it,
But it o’ertaketh him! The Lord hath said it.

 

Las cosas que fueron y que ya no son
Las cosas que son, y las que han de ser,
Las cosas que podrían haber sido, mas no fueron,
El crepúsculo ya tenue de la alegría que pasó,
El albor de grandes verdades aún no amanecidas,
La intuición y la espera atenta
De algo que, al venir, no es lo mismo,
Mas sólo parecido a su previsión en los sueños de los hombres,
El ansia, el retraso, y el deleite,
Más dulce por el retraso; la juventud, la esperanza, el amor, la muerte,
Y la desilusión que también es muerte,
Todos estos hacen la suma de la vida humana;
Sueño dentro de un sueño, un viento en la noche
Aullando por el desierto, desesperado,
Buscando algo perdido que no puede encontrar.
El destino, la predicción, o cualquier nombre
Que le den los hombres -- no importa; lo que ha de ser
Ha estado pre-escrito en el pensamiento divino
Desde el inicio. Nadie puede ocultase a ello,
Pues ha de hallarlo; ni huir corriendo,
Pues le alcanza. Lo ha dicho el Señor.

Claro que el destino sólo lo vemos retrospectivamente; de poco nos sirve que esté escrito en el libro gordo de Dios, si por definición no podemos echar una ojeada tramposilla al final. Lo que vale como decir que para nosotros sólo existe el destino cuando miramos atrás: el que nos hacemos, o el que nos sucede, y no el que estaba escrito. La única escritura previa que había antes era la de nuestros planes, o expectativas. Y ya se sabe lo que pasa con los planes: en la tragedia, fracasan, o tienen consecuencias imprevistas y terribles. En la comedia, se trastocan, y si se cumplen no es de la manera en habían sido planeados, sino con imprevistos sorteados y añadidos rocambolescos. Y en la vida, que es por turnos tragedia, comedia, tragicomedia, parodia, novela y ensayo (essay, rehearsal)... pues hay un poco de todo. De lo que menos, lírica, épica, y profecías cumplidas.

El destino visto así, desde la atalaya de la retrospección, como un todo simultáneo, un espacio en los límites del cual nos hemos movido. Un ámbito que durante un tiempo es tiempo, pero al fin acaba siendo nuestro recorrido por el tiempo, y por el espacio, el mapa de lo que ha sido nuestra vida, andando mucho unos sitios, nuestros sitios, otros atisbándolos de lejos, otros siempre pasando al lado de ellos. Borges también sintió ese dibujo del tiempo en su vida, y lo dejó inscrito en este soneto, "Buenos Aires". También todo poema es a la vez un tiempo por el que pasamos, y un traza que existe más allá de ese tiempo.

Y la ciudad ahora es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.
Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
me han deparado los comunes casos
de toda suerte humana; aquí mis pasos
urden su incalculable laberinto.
Aquí la tarde cenicienta espera
el fruto que le debe la mañana;
aquí mi sombra en la no menos vana
sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto;
será por eso que la quiero tanto.

 

Lo canta de manera memorable María José Hernández en el disco Orillas, de Gabriel Sopeña: Danzón porteño.

 

La historia del fracaso del plan

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