Barracones de la muerte en Zaragoza
Barracones de la muerte en Zaragoza
Es una historia de la guerra civil, una de tantas; la cuenta Esteban C. Gómez en su libro El eco de las descargas, publicado por el autor en 2002. (También en este foro de historia militar se habla algo del asunto).
En el infausto verano del 36, la Guardia Civil hace reclutamientos forzosos de izquierdistas, y de "remolones" que no se habían sumado al llamado Alzamiento Nacional, en los pueblos de La Rioja y Navarra; van destinados a la "Segunda Bandera de la Legión, General Sanjurjo", establecida en la Aljafería de Zaragoza. A unos 700 reclutaron. Ya eran de entrada sospechosos de no estar allí por gusto. Pasaron unas semanas de instrucción en el campamento de San Gregorio. (Por cierto que también yo estuve haciendo instrucción allí, en la mili—mi experiencia más fascio-cuartelera, por no decir concentracionaria). Luego los llevan donde el frente, a Almudévar. Y durante la noche se producen algunas deserciones...
Algún informante le dice al Estado Mayor en Zaragoza que los de la "Bandera Sanjurjo" pensaban pasarse al bando republicano. Información fiable o no fiable... pues al parecer sigue archivada. En todo caso, los vuelven a subir en los camiones y los llevan de vuelta a Zaragoza, al campamento de San Gregorio:
Vamos, que fusilaron sin juicio previo a sus propios soldados— a los que NO habían desertado— por un chivatazo o un rumor. Así era esta guerra, y así eran las autoridades militares de Zaragoza. Esteban Gómez habla de un número difícil de calcular, de entre 300 y 600 fusilados, en estos barracones de la muerte, aunque considera la última cifra exagerada.
Un superviviente, de Marcilla, Felipe Marín, "Chaneje", narró su experiencia en Navarra 1936. De la esperanza al terror (Altaffaaylla Kultur Taldea, 1986, cit. por Esteban Gómez, p. 529-30). El relato vale la pena: además de ser un testimonio valioso, es muy instructivo sobre hasta dónde conviene seguir las órdenes. Como relato es mejor que muchas ficciones, y más terrible, claro. Especialmente llamativo el uso en primera persona de este verbo—"nos mataron".
"Aquí en el pueblo nos estaban matando a unos pocos cada día, cuando querían. Entonces va y nos llaman del Centro de Falange a 42 hombres. Cuando vino el Movimiento nos señalaron con un brazalete blanco y cuando veníamos del campo teníamos que ir a presentarnos todos los días al Ayuntamiento. Un día de esos que fuimos al Ayuntamiento, en cuenta de mandarnos poco a poco a nuestras casas, como hacían, nos tuvieron allí. Cuando estuvimos todos juntos nos dijeron que habían ’pensau’ que se estaba formando una bandera del Tercio, que según la iban a llamar el ’Tercio de Sanjurjo’, en Zaragoza, y que como aquí estaban matando—ellos mismos nos lo dijeron—; como aquí todos los días sacaban alguno a matar, que habían ’pensau’, ’pa’ que no nos ’pasaría’ eso a nosotros, mandarnos allí.
Salimos de Marcilla el 2 de septiembre y llegamos a Zaragoza en tren el mismo día. Nosotros estuvimos allí un mes haciendo instrucción con la Bandera. La primera salida que tuvimos nos llevaron a Almudévar que está entre Zaragoza y Huesca. nos metieron a dormir aquella noche en una granja que hay, que la llaman la Granja del Gobierno. ¿Qué pasó allí? Lo voy a explicar. Allí no pasó nada. Aquella noche se pasaron tres a los rojos. Pero eso ocurre siempre. Fueron tres: Uno de Marcilla (un tal Maroto), me parece que era otro de Pitillas y un tercero de no sé dónde. Pero eso, de todsa las fuerzas se han ’pasau’ y no ha ocurrido eso. Se han ’pasau’ ’soldaus’, requetés, porque los requetés iban muchos que no eran, que estaban allí para salvarse y llegar al frente y el que podía se pasaba.
A la mañana, en cuenta de meternos al frente, nos cogen en los camiones y nos traen a Zaragoza.
Llegamos a San Gregorio —que a la Academia General hay 500 metros— y nos dicen: ’Dejad todo el equipaje en las arquillas’. Una vez que dejamos todo, nos dicen: ’¡A formar sin armas!’ Formamos, nos llevan a la Academia por compañías, nos meten en una nave terrible. Esto era por la tarde. Al otro día por la mañana, a razón del mediodía, empezaron a sacarnos. A todos nos fusilaron en una ladera del monte, que se conserva igual. Yo señalaría el punto exacto donde ocurrió; llegas a la Academia Militar, una vez que la has ’pasau’ te pones en la carretera cara al monte y a 200 metros de la Academia hay un ’montico’. En esa ’laderica’ del monte es donde nos mataron. Al primero y segundo grupo los sacaron sueltos. Nos metieron entre dos filas de ellos —falangistas— y nos llevaron a unos 150 metros de la Academia; allí nos liquidaban.
Conforme mataban a un grupo, ’pa’ cuando volvían a por el otro, aquel ya no estaba allí. Se lo habían ’llevau’. Esto sé yo cómo fue la cosa porque los camiones pasaban por Zaragoza y dejaban un reguero de sangre por todsas las calles y en Zaragoza hubo un ’runrún’ terrible. Los llevaban en camiones volquete, se arrimaban a la zanja, los echaban y venían a por otro grupo. Desde la Academia hasta Torrero —donde los enterraban— hay ocho kilómetros y había que atravesar toda la ciudad. Fue un escándalo. Habían ’matau’ a muchos cuando dejaron de fusilar. Por eso pararon.
Los fusilamientos empezaron el 2 de octubre y estuvieron matando durante siete días; me parece que el día 9 fue el último. Venían a razón de medio día y sacaban unos grupos (cuántos no lo sé) de a veinte individuos. A mí me tocó el primer día, en el segundo grupo. El primer día, en el primer grupo, mataron a un hermano mío. Cuando nos iban a fusilar, en el mismo grupo sacaron a un amigo mío, Eustaquio García, que estará en la lista. Éramos quintos. Ya llegamos al sitio y nos pusieron en fila. Uno más pequeño que yo, con una pistola ametralladora, era el que mandaba el piquete de falangistas, que además eran voluntarios.
Entonces, con sus fusiles apuntando, a 15 pasos de nosotros, va y dice: ’’¡Venga, poneros así!’, con malos modos. Y nos quiso poner en una ’riola’. Este García se iba a ir un poco más aparte que yo y le dije, ’¡ven aquí, que moriremos juntos!’. Y ’junticos’ nos quedamos. Le agarré del brazo y juntos nos ’quedemos’. Cuando iban a venir las balas, que así lo puedo decir, y eso no lo cambia nadie, cuando el tío ese que mandaba el piquete estaba con la pistola bajándola, es cuando a mí me dio ese arrebato y dije: ’Esta gente no me mata a mí aquí’. Y eché a correr. Tardarían un segundo o segundo y medio en morir los que quedaron allí.
Entonces todos venga a tirarme tiros a mí. Era un raso, un poco cuesta abajo, pero más raso que esta mesa. Más de 2 kilómetros sin poderme esconder en ningún ’lau’. A mí me venían las balas igual que si me hubiera metido en un avispero y no me quería picar ninguna abeja. Silbaban ’p’aquí’, silbaban ’p’allá’, por todos los ’costaus’. Y no me dio ninguna."
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