Historia de algunos asesinos, gente de orden
miércoles 3 de febrero de 2010
Historia de algunos asesinos, gente de orden
Enrique Cabrerizo Castellón fue uno de los muchos militares que se sumaron al Alzamiento, o como se le llame, de Franco, Mola y demás, en verano de 1936. Me interesa su historia porque se cruza en un momento importante con la de mi abuelo, Ángel García Benedito, uno de los muchos maestros asesinados ese verano. Se pueden leer estas historias en el libro de Esteban C. Gómez El eco de las descargas: El fin de la esperanza republicana, impresionante documento sobre la represión realizada por el bando nacional en Jaca y comarca.
Vivía mi abuelo en Biescas; no era el maestro de Biescas, que a ése también lo asesinaron, sino de Escuer, un pueblo que había ayudado a diseñar y construir, trasladándolo desde lo alto del monte al valle, al lado de la carretera. Con tanta actividad se debió ganar la enemistad de alguien, seguro que más por el carácter del odiador en cuestión que por cuestiones racionales o razonables. Y estaba afiliado a Izquierda Republicana, razón más que suficiente para morir en aquellos años, si caías en las zarpas de esos pandilleros asesinos pseudo-idealistas, los falangistas.
En 1936 Enrique Cabrerizo era capitán. En el desfile del 1º de Mayo en Jaca, día de gran exaltación republicana e izquierdista, interrumpió la manifestación al mando de un piquete de soldados, amenazando a los manifestantes con una ametralladora. En las revueltas que siguieron fue apresado por manifestantes y estuvo en peligro de ser linchado, aunque la turba se contuvo a instancias de los dirigentes izquierdistas más responsables, como Julián Mur o "El Relojero", que procuraron contener los ánimos.
Cabrerizo era, o se volvió por entonces, uno de los conspiradores que preparaban el golpe contra la república. El líder de la revuelta en Aragón fue el republicano y masón general Cabanellas. En Huesca el líder era el general De Benito,
En última instancia, las acciones de represión criminal del bando nacional seguían instrucciones dadas desde arriba, desde los generales conjurados, y muy en concreto del general Mola. Como nos recuerda Miguel Moliné, sembrar el terror y la violencia extrema era su estrategia declarada y premeditada, aun antes de comenzar la guerra:
Evidentemente, quienes seguían, daban por buenas, y cuidaban de aplicar tales instrucciones eran tan culpables de crímenes de guerra como los soldados y matones encargarlos de apretar los gatillos.
El 15 de julio se reunió Cabrerizo y otros con el general Álvarez Arenas, que hacía contactos de última hora simulando una excursión de veraneo. Estaban allí los ex-alcaldes de la dictadura y de la monarquía, García Aibar y Antonio Pueyo, además del comandante Pareja. (Sigo en todo esto el relato de Esteban Gómez).
El 31 de julio unos militares mandados por el capitán Fernández Escudero fueron a Anzánigo a matar al alcalde y a otros que tenían en la lista, entre ellos el practicante Ramón Cortina. Unos familiares movieron hilos para interceder, por medio de un conocido suyo, ante Cabrerizo. Este envió un mensaje, "Quiero que Cortina llegue vivo a Jaca". Al alcalde lo fusilaron por el camino, pero el practicante llegó vivo a la cárcel de Jaca y allí estuvo preso toda la guerra. En este caso aún estuvo de suerte. Si algo le gusta a la gente de orden son las recomendaciones de otros de su cuerda, y que les deban favores, sobre todo si salen baratos. (Y una vida no valía nada).
La Falange no tenía en Jaca más que algún votante suelto antes de la guerra. Pero rápidamente se engrosaron sus filas, de reclutas forzosos, interesados, matones, iluminados, arrivistas o supervivientes. Se organizó ese verano una Centuria de Falange en Jaca, el 14 de agosto del 1936. El jefe civil de la centuria sería Luis Abad Bovio, y el jefe militar sería el teniente de Carabineros Alfredo Parrón, cuñado del capitán Cabrerizo y de Marta Gavín; el subjefe sería José Luz.
Por entonces ya habían asesinado a mi abuelo unos falangistas "de importación" que venían de La Rioja. Destinados en Jaca, hicieron una expedición a Biescas. Llegaron a la plaza del pueblo donde había al parecer exaltación patriótica, y como mi abuelo vivía en la misma plaza, y no había visto motivos para huir, pues allí mismo lo cogieron y se ensañaron con él. Al volver a Jaca se lo llevaron, supongo que con excusa de arrestarlo, pero lo fusilaron antes de llegar a Escuer y lo dejaron tirado en el campo, cerca del barranco de Arás. Supongo que lo considerarían un acto heroico, además de patriótico—así andaban los criterios.
Era el capitán Cabrerizo el jefe militar de la plaza de Biescas, y por tanto responsable del orden público allí. No sé si daría órdenes al respecto, o si se limitó a dejar hacer a sus socios. Los falangistas venían ya buscando al maestro desde que pasaron por Escuer camino de Biescas—pues era allí donde les habían ya señalado a mi abuelo como hombre de izquierdas. En todo caso nadie persiguió a los asesinos, ni les pidió cuentas de qué habían hecho con sus prisioneros cuando se los llevaron "detenidos". Más bien les invitarían a unos chatos, me supongo. Hay que suponer por tanto que esta autoridad militar es la responsable del asesinato, judicialmente hablando, tanto como los anónimos matones que lo llevaron a cabo. Aunque en realidad, judicialmente hablando, los asesinos y matones siempre han tenido a los jueces y a las leyes de su parte, con una amnistía en 1966 y otra en la Transición. Así en bloque, que somos generosos.
Otro de los responsables irresponsables, claro, era el coronel Bernabeu, que mandaba supuestamente en Jaca, pero que "se había manifestado como un pobre hombre, de carácter débil, al que manejaban a su antojo el comandante Pareja y el capitán Cabrerizo" (El eco de las descargas, 273). Bernabeu murió en accidente de circulación el día 5 de octubre del 36: "Sucedió que al abrir la puerta del vehículo para escupir y no percatarse de la proximidad de una curva, impulsado por la inercia, cayó rodando a tierra". Algunos decían que lo había matado el chófer, falangista "camisa vieja", por quitarlo de enmedio. Máximo Silvio, en La Guerra en el Frente de Aragón, citado por Gómez, reproduce una entrevista de un periódico de la zona republicana, a un labriego vecino:
—Todos los días caen de ocho a diez.
—¿Quién manda en Jaca?
—El capitán Cabrerizo. Un hombre sin corazón, un déspota y tirano.
—¿Y el coronel Bernabeu?
—Poco pinta. Desde que su hijo, que era Guardia de Asalto, murió heroicamente en Barcelona defendiendo la casa del pueblo, estaba idiotizado. Un día murió, según parece a manos de su chófer. Aún no se ha puesto en claro el asunto."
Hasta muchas cosas no llega la historia. El Eco de las Descargas es una obra muy bien documentada, aunque claramente tendenciosa de izquierdas, y que habrá resultado incómoda para muchos. No ignora los crímenes del bando republicano, aunque sí tiende a excusarlos o minimizarlos. Pero al centrarse en la Jacetania, ocupada mayormente por los nacionales, la balanza del crimen se inclina espontáneamente del lado que sembraba el orden y el terror allí.
Del carácter de Cabrerizo da idea el tratamiento que dio al ex-alcalde republicano de Jaca, Julián Mur, muerto en un tiroteo en Gavín mientras luchaba en el bando republicano.
’... después de despojarlo de sus ropas de oficial, en verdad elegante, será cubierto de harapos y expuesto en el peldaño de entrada del Ayuntamiento. Los vecinos serán obligados a desfilar delante del antiguo alcalde, ahora bandolero. Algunos le escupen a la cara’.
(Ramón Ferrerons y Antonio Gascón, El Esquinazau. Perfil de un luchador)
A las once de la mañana del 298 de Noviembre de 1936 llegó a las puertas del Ayuntamiento de Jaca un coche seguido de un pequeño camión militar. Del coche descendieron el capitán Cabrerizo y el capitán Navarro (de ’Casa la Paja’). Los soldados bajaron del camión el cadáver semirrígido de Julián Mur y lo dejaron cruzado en la puerta principal del Ayuntamiento a los pies de un grupo de ’notables’ que se hallaban a la espera. El capitán Cabrerizo les dijo: ’¡Ahí lo tenéis!’. Y luego se marchó."
(El eco de las descargas, 291)
Según el periodista republicano Juan M. Soler ("Máximo Silvio"), Julián Mur había salvado a Cabrerizo de ser linchado en Jaca, durante los sucesos de Mayo, pero ahora éste miraba satisfecho su cadáver y dio orden de no enterrarlo, para exhibirlo como trofeo. Ni siquiera le cerraron los ojos—imagen que parece haber impresionado a muchos de los que vieron el cadáver del ex-alcalde, tirado ante el Ayuntamiento. Se comentó mucho en Jaca lo de "los ojos de Mur"—como si esa mirada muerta resumiese el horror y el rencor producido por la guerra.
También se encargó Cabrerizo de los reclutamientos forzosos:
El 19 de junio de 1937, se celebra en Jaca solemnemente la toma de Bilbao. Por entonces ya había ascendido Cabrerizo a comandante, y pronunció un discurso para la ocasión. Al llegar el invierno Cabrerizo fue destinado fuera de Jaca, al igual que Caso y que otro de los grandes represores en la comarca, Dionisio Pareja Arenilla, ascendido a teniente coronel. Seguían los fusilamientos ocasionalmente, aunque ya habían matado a casi todos los que pillaron que tenían en las listas de prioridades, y a muchos otros que cayeron por enmedio.
Biescas siempre estuvo en el la raya del frente. Primero quedó en zona nacional, pero a tiro de los rojos desde las montañas del este. Vamos, que para poder cruzar el río pusieron en el puente un tubo metálico, "El Tubo la Risa" lo llamaban, que resguardaba a los peatones de los francotiradores. Luego, en septiembre del 37, pasó el pueblo a poder de los republicanos, y cambiaron las tornas. Por último, volvió a zona nacional y entre unas cosas y otras quedó el pueblo listo para Regiones Devastadas. Así cuenta la ofensiva republicana del 37 Esteban Gómez:
Al norte, una vez cruzado el río y la carretera (al tiempo que otro batallón republicano atacaba frontalmente Gavín), se internaron por Escuer en dos direcciones: una, monte a través hacia Larrés y Acumuer; la otra, por la ladera del monte, hacia Biescas. Por la barrancada de Arás tomaron Yosa, Aso y Betés. En la ladera oeste de Biescas se hicieron con la batería de artillería (once sirvientes, un teniente y un alférez) instalada en la sierra Artica-San Juan, acequia del Salcillo, para rodear la población. Cuando el capitán Cabrerizo se percató de la maniobra envolvente, mandó a las tropas con las que pudo comunicarse, retirarse por la carretera que conduce al Valle de Tena. Él, junto con el ’Pochas’, ’Mosensanz’, ’Cristo Rey’, ’el Boira’ y otros civiles que por su conducta en la represión tenían de qué temer, escaparon por el canal de Energías de Jarandín.
El entonces capitán ’Juanito’ Lacasa, nos cuenta que los vieron marchar y los dejaron, pues ’a enemigo que huye, puente de plata’.
En Gavín quedaron aislados unos 90 combatientes ’nacionales’ que ofrecerían, durante día y medio, heroica resistencia. Las pocas casas que se mantenían en pie quedaron reducidas a escombros." (El eco de las descargas, 377)
’Juanito’ Lacasa Lardiés (¡a no confundir con Juan Lacasa Lacasa, alcalde de Jaca y jefe de Falange!) había sido dirigente del Frente Popular en Biescas. Había sido de los primeros en organizar la resistencia a la sublevación militar en el Serrablo, y pasaría a ser uno de los oficiales al mando de "El Esquinazau", en "la 43".
Pero veamos cómo acabó su vida, típica si no ejemplar, el comandante Cabrerizo:
Un soldado de entonces, Ángel Sanjuán, que vio el cadáver aún caliente, nos explica su apreciación de esta manera:
’Le faltaban dos botones de la pechera y tenía los ojos muy abiertos. Cuando cayó iban con él un ’voluntario’ de Jaca y un soldado de Lalueza a quien habían fusilado un hermano en Huesca. Éstos arrancaron barranquera abajo disparando detrás de un ’Paco’ que, al ser preguntados, ellos mismos declararon no haber visto. Eso fue todo. No pasó nada. La ofensiva continuaba." (El eco de las descargas, 401).
El general Mola había muerto en un accidente de aviación, dejando el camino expedito a Franco para hacerse con el poder absoluto. De arriba abajo en la cadena de responsabilidades de los crímenes de la españa Nacional, y la roja, unos sobrevivieron la guerra y otros no. So it goes. A lo largo de 1938 morirían también dos cabecillas de la Falange de Jaca: Juan Arias González y Luis Abad Bovio, "que habían contribuido de forma activa al éxito de la rebelión y a imponer el ’nuevo orden’ en Jaca y su comarca. Ambos murieron en el frente y a los dos se les habían reconocido ’los relevantes servicios prestados’ con respectivos ascensos a sargento y a teniente en la paramilitar Falange." (El eco de las descargas, 403). Estos también decidieron muchas muertes y ampararon a muchos asesinos. Y a otros los convirtieron a la fuerza en asesinos involuntarios, todos cogidos de la mano en la cadena de mando del crimen y la guerra.
De los matones riojanos, ni se sabe. Si sobrevivieron a la guerra, debieron volver a la tasca del pueblo, de donde nunca debieron haber salido a ver mundo.
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