Teoría paranoica de la observación mutua
Martes 19 de agosto de 2008
Llamo teoría paranoica de la observación mutua a la expuesta por Erving Goffman en Strategic Interaction (1969). El primer ensayo, "Expression games", es muy muy típico de la Guerra Fría, pues se basa en la tesis de que las acciones y estrategias de los espías no son diferentes en naturaleza, sino únicamente en grado o intensidad, de las que aplicamos constantemente en la vida cotidiana. Los espías son como nosotros, porque nosotros somos como los espías. Simulamos, observamos, ajustamos nuestro comportamiento calculando la interpretación del otro, y construimos la superficie de la naturalidad como algo que nos permita luego actuar con información previa, habiendo preparado el terreno, y poder presentar así una espontaneidad construida que nos permita una actuación redonda, llevando adelante nuestro personaje con sprezzatura.
Así pues, la vida cotidiana es una especie de guerra fría, y nuestras parejas, familiares, amigos y allegados son objeto de nuestra infiltración—como nosotros lo somos de la suya. Naturalmente, esta infiltración en lo más cercano lleva a una estructura de personalidad marcada por dicha infiltración: para espiar a los demás convincentemente debemos observarnos también nosotros, vernos desde fuera, interiorizar la división sujeto/objeto, la observación disimulada, y la actuación (con ensayos mentales previos) ante sí mismo, antes de exteriorizarla convenientemente preparada ante los demás.
Recomiendo leer el ensayo de Goffman junto con otra pieza paranoica, también modélica de la Guerra Fría: el cuento de Donald Barthelme "Game" de Unspeakable Practices, Unnatural Acts o Sixty Stories—donde dos encargados de accionar simultáneamente el botón nuclear se observan, cada uno armado, cada uno paranoico, sospechando los dos de la cordura del otro, y simulando naturalidad y despreocupación.
Veamos todo esto más detenidamente.
El ensayo de Goffman estudia "la capacidad del individuo para adquirir, revelar y ocultar información" (4, traduzco). Cuida bien Goffman de distinguir la información de la comunicación. La comunicación es transmisión intencional de información, pero el sujeto exuda información interpretable, aparte de la comunicada—por su manera de comunicar y por todo lo demás que hace o es. En especial cara a cara, pero también por toda la pragmaestilística, ceremonial y materialidad de la interacción, aun si ésta es por escrito.
Antes de emplear un término vago como "verdad" para caracterizar la comunicación del sujeto, hay que determinar si nos referimos a algo que el sujeto cree, o a algo que es cierto, o a algo que el sujeto cree y que es cierto.
Pero aparte de la información comunicada están como decimos los aspectos expresivos de la interacción: los gestos e información no codificada que emplea el sujeto observado. La idea central del libro de Goffman es que como resultado de la interacción y de la observación mutua, estos gestos en principio no codificados pueden, primero, interpretarse; luego, una vez el observado sabe que pueden interpretarse, pueden codificarse y presentarse como una espontaneidad construida; y tercero, esa construcción o gramaticalización puede a su vez ser descubierta. El juego de codificación y descodificación puede continuar (por ejemplo, estableciendo un segundo plano de comunicación mutuamente entendible pero no confesada abiertamente), con complicaciones sucesivas, tanto más complejas cuanto fino sea el conocimiento que las partes observada y observadora tienen una de otra—pero se vuelve todo esto cada vez más incierto, y la información obtenida menos utilizable y más azarosa.
Aquí teoriza Goffman la interpretación "sintomática" (crítica o unfriendly) como estrategia de lectura del mensaje, tanto del contenido comunicado como de su periferia estilística:
Esto se extiende a todo tipo de información contextual no comunicada intencionalmente. Al leer al otro, no nos limitamos a recibir pasivamente su información, sino que interpretamos el contexto para obtener información suplementaria. Y esto lleva a que esa información suplementaria y originalmente no controlada se preste a ser controlada, primero por el sujeto observador, luego por el sujeto observado, para limitar la capacidad de observación del observador y obtener una ventaja en la situación interactiva:
Veremos que esta competencia o guerra de ingenios entre el observador y el sujeto observado lleva a los dos a convertirse en imágenes especulares (infinitamente especulares en potencia), ambos observador y observado. El proceso de observación y de interpretación de los signos obtenidos se transforma así en una lucha por obtener la posición de topsight— el dominio perspectivístico del panorama de la acción, disponiendo de la información más fiable. Y, visto que la labor del sujeto observador no es únicamente pasiva, sino también activa, fabricando la realidad que ha de ser observada, se convierte este enfrentamiento también en una lucha por el control de la realidad: ¿cuál de los dos sujetos sabe qué es lo real, cuál sabe distinguir lo realmente espontáneo de lo construido, de lo que se ha amañado o preparado para que pase por natural? ¿Cuál construirá una realidad a la vez más controlada y más aparentemente inocente? ("Tanta casualidad no puede ser casual" canta Carmen París). Es un combate casi metafísico—habida cuenta sobre todo de que el Otro al que nos enfrentamos es el Otro-en-nosotros, es la interpretación que hacemos de lo que el Otro puede interpretar, tal como lo entendemos desde nuestro punto de vista. Las posibilidades de empatía crecen a la vez que las de competencia (tema para buenos argumentos de espionaje)—y si el sujeto se construye mediante la reflexión y la interiorización de la interacción, podemos decir que este tipo de distancias cortas son un espacio de primera categoría para el desarrollo de la experiencia subjetiva.
Aunque Goffman lo tenía a huevo para utilizar una analogía heisenbergiana (por aquello de que la presencia del observador afecta a la situación observada) se desentiende explícitamente de ello (p. 11) y distingue entre la observación de seres inanimados, indiferentes a ser observados, y la de seres animados, en los que la observación desencadena una reacción. Pasa a clasificar los tipos de movimiento interactivo posibles:
1) unwitting move, cuando la actividad del objeto observado no va orientada al sujeto observador, cuando es digamos "natural", iniciando así el juego (pero sin jugar).
2) naïve move, la interpretación que hacemos de un objeto cuando damos por hecho que el sujeto observado puede interpretarse tal como aparece, en sentido literal digamos—que sus acciones son unwitting moves.
3) control move, cuando el objeto (también sujeto observador) produce expresiones que considera mejorarán su situación si son interpretadas como unwitting moves por un observador crédulo: "The subject appreciates that his environment will create an impression on the observer, and so attempts to set the stage beforehand" (12).
Los movimientos de control se diversifican a su vez de modos interesantes, dando lugar a las artes de "1) concealment or cover, 2) accentuated revealment, and 3) misrepresentation" (14). Esto tiene consecuencias interesantísimas en la complicación de la realidad que produce: la realidad antes inocente pasa a ser algo calculado y fabricado; se abre un segundo nivel de significación no literal y compleja. Por otra parte, aunque Goffman no lo presenta en estos términos, tiene esto una importante dimensión narrativa: la realidad se narrativiza intensamente, con argumentos hipotéticos de detección y ocultamiento, se llena de historias posibles que se materializarán o no, y el futuro pasa a ser planificado desde el presente. Se siembran las semillas de la acción futura que luego se hará pasar por espontánea: toda una historia, vamos. Aquí se juntan predicción, retroacción o retroprospección (desde la predicción) y una intensa reflexividad empática. Goffman se refiere a G. H. Mead cuando nos dice que "the subject turns on himself and from the point of view of the observer perceives his own activity in order to exert control over it" (12).
Este paso, aunque intensamente interactivo, no es propiamente comunicativo:
Otra dimensión narrativa del análisis de Goffman aparece en su definición de las explicaciones y relatos: "The subject, in addition to feigning and feinting, can provide the observer with ’accounts’ and ’explanations’ , these being verbal techniques for radically altering the assessment that the observer would otherwise make" (16). Habría que aclarar que el observador también construye (ha construido) una estructuración narrativa de los hechos, y que la narración explícita del sujeto observado es una contranarración, una narración más en un concurso de narraciones o estructuras narrativas que explican o interpretan la realidad de maneras diferentes.
Una vez establecido el movimiento 3.1 (covering move) puede abrirse paso al movimiento interactivo número 4: uncovering move, mediante exámenes o revisiones. El juego de encubrimiento y descubrimiento puede ser especialmente intenso en un contexto específico que sea bien conocido tanto por el observador como por el observado (el encubrimiento y descubrimiento de la ignorancia académica, entre profesores y alumnos, es un ejemplo; otro serían los signos generados por el hábito entre las parejas). Y tras el 4 viene el 5: counter-uncovering move, el paso final de complicación que Goffman considera útil distinguir en este análisis del maquiavelismo cotidiano.
Un elemento a tener en cuenta es que, habida cuenta de la observación mutua y del deseo de cada uno de los actores de tener el dominio informativo sobre la situación, un paso especialmente recomendable es simular que no se tiene ese dominio: "The best advantage for the subject is to give the observer a false sense of having an advantage—this being the very heart of the ’short con’." (20). El sujeto se halla en posición especialmente favorable si controla al controlador, si puede ofrecer un aspecto ya sea de inatención descuidada, de la "naturalidad" de quien no se siente observado. O, en una segunda fase, de incompetencia— simulando torpes maniobras de ocultación que en realidad buscan despistar al espía, que creerá haber desvelado las patéticas defensas que el sujeto levanta contra la posibilidad de ser espiado. Son dos fases similares (una naturalidad construida), una fingiendo ignorar al observador, otra fingiendo que se le considera menos compentente en su obtención de información de lo que en realidad se le considera. Claro que si este juego se descubre se pasa rápidamente a un terreno indeterminado en el que todo pasa a ser engañoso y toda apariencia es potencialmente una construcción.
La realidad inocente peligra, con esto que Goffman llama la "corrupción de la expresión". Una vez el sujeto se embarca en la simulación de expresiones emocionales, descubre que toda señal espontánea puede ser imitada y controlada para controlar así a quien la observe. Así la expresión facial antes espontánea, los rasgos corporales que traicionan la emoción interna, y que pueden ahora ser ensayados, etc. Los espías internacionales pueden así construirse una identidad falsa con abundancia de indicios "periféricos" que proporcionan lo que Barthes llamaría un efecto de realidad. Pero la vigilancia se extiende rápidamente a otros terrenos y contextos:
Vamos, que estamos en terreno móvil continuamente: lo que hace poco era incontestablemente natural puede hoy ser al menos en potencia el teatro público de una monitorización universal.
Pero no hace falta llegar a refinamientos tecnológicos para que se "corrompa la expresión". En la interacción ordinaria, tanto el observador como el sujeto observado monitorizan la expresión de éste, y evalúan lo que podría ser creíble como manifestación espontánea o como fabricación—y el propio sujeto observado altera su expresión de acuerdo con estas evaluaciones. Así por ejemplo con señales de atención tales como la dirección de la mirada:
Mirando o no mirando a las piernas de las chicas, por ejemplo. Es interesante este asunto de la dirección de la mirada si se tiene en cuenta que en el ser humano es un dato eminentemente evaluable (por la visibilidad de la posición relativa del iris y el blanco de los ojos) si se compara con la mirada de otros animales. Es en efecto un instrumento interactivo de primer orden—tanto la mirada de reojo como su interpretación y su control. Sugiere Goffman que si bien es esperable un cierto control sobre la expresividad, el control completo es imposible: "subjects cannot be counted on to maintain complete strategic control over their expressive behavior" (33)—y de allí que sea útil estudiarlo, y necesario aventurar interpretaciones siempre inciertas en cuanto a los límites de ese control.
Es difícil sobrevalorar la importancia semiótica de estos fenómenos: signos espontáneos que se captan primero en un proceso de interacción, y que luego pasan a fabricarse, una vez esa captación es captada a su vez—todo un ejercicio de atención a la semiosis de la realidad, "an intentional shifting into the explicit focus of attention of what is ordinarily obligatorily disattended" (35). Este ejercicio de atención también lleva a desarrollar una perspectiva holística sobre el sujeto, visto que la riqueza de información viene precisamente de la multiplicidad potencial del individuo, irreducible a una sola dimensión comunicativa, o a un solo papel interaccional. La actuación es guiada en principio por el interés predominante de un individuo, pero los individuos son multidimensionales, no tienen un único interés—su papel en cuanto actores en una determinada línea de acción no es sino uno de sus posibles avatares. Las líneas de acción y los sujetos no coinciden. De allí que distintos sujetos puedan formar equipo para un objetivo determinado, o que un mismo sujeto se vea dividido en sus distintos aspectos o roles, el que está comprometido con el objetivo, y otros yoes que tienen intereses divergentes:
Otra complicación interactiva de esta fragilidad o borrosidad del sujeto es que estas debilidades pueden volverse un inconveniente para el propio observador. Así por ejemplo, las confesiones obtenidas bajo tortura no resultan informativamente fiables, y de hecho son desacreditadas en los sistemas judiciales modernos. Y esta misma debilidad conocida puede ser reciclada, reutilizada y utilizada por el sujeto como una baza en el juego, de manera calculada (41). Nos cuenta Goffman historias fascinantes de espionaje: de bandos que ocultan información a sus propios miembros a los que saben vigilados, para así poder manipular mejor al enemigo que así interpretará su ignorancia, o su fe en la información amañada, como auténtica y no fingida. Espías, y agentes dobles, y triples y cuádruples, cuyas maniobras son cada vez más ambiguas y azarosas. (La película de Martin Scorsese Infiltrados (The Departed) ofrece buenos ejemplos de estos problemas y peripecias).
Y va Goffman clasificando distintos tipos de limitaciones impuestas al juego de la expresión: factores físicos, conocimiento especializado, características de la naturaleza humana, y normas sociales. Por ejemplo, ésta muy interiorizada, que nos indica que no hay que mentir y que se asegura de que de hecho no lo hagamos:
Todos llevamos un polígrafo incorporado. Pero ahí ya entra el juego entre las partes sobre si se quiere interpretar realmente, o si se sabe hacerlo, o sobre si es meramente suficiente para esa interacción en concreto una verbalización de la verdad oficial, sea lo que sea lo que trasluzca de los mensajes expresivos del sujeto. De esto hay mucho en política, donde se lanzan mensajes de todo tipo a distintos niveles. Como señala Goffman, aun habiendo reglas del juego, éstas pueden seguirse, o no seguirse, y eso por una variedad de motivos, tanto buenos como malos.
En la sección sobre propiedades estratégicas del juego, Goffman diferencia entre los movimientos interactivos reales y los virtuales o tácitos. Esto se debe al hecho de que, visto que la acción va a dar lugar a una respuesta, esta respuesta se anticipa y modifica ya la acción antes de que ésta se produzca (G. H. Mead)—podríamos decir que la acción humana es inherentemente dialéctica, o dialógica, en este sentido. O, por decirlo de otra manera, que como toda acción va a ser respondida, ya viene ajustada a esa hipotética respuesta, ya la incorpora por adelantado (y es a la vez una respuesta a esa respuesta, y quizá a la reacción subsiguiente del interlocutor). Toda acción es ya interacción, por lo mismo que toda palabra (como decía Bajtín) es diálogo implícito, y viene ya modulada de antemano por las presuposiciones del interlocutor (o más bien por lo que presuponemos que son sus presuposiciones).
Es decir, que la realidad está interpenetrada de realidades posibles, de ficción y de historias que no llegan a materializarse pero que rodean como virtualidades y potencialidades lo que en efecto sucede—sin contar con que están constantemente sometidas a reescritura. Incluye la realidad todas esas irrealidades, es más, está conformada por ellas. La interacción maquiavélica supone, pues, toda una narratividad implícita, o una hermenéutica de la acción estratégica del sujeto. Respondemos por anticipado a a una acción del contrario que no se ha producido, y que de hecho no se producirá, precisamente debido a nuestra respuesta. Podría parecer un mundo de acciones fantasmales, pero es el mundo en el que vivimos la vie quotidienne, un mundo de cálculo, estrategia, y control de la expresión.
La realidad, sin embargo, se resiente, cómo no. Y nos entra una paranoia de la autenticidad. Podemos dudar de si lo que se nos ofrece es inocente y literal, o si es un fingimiento mal intencionado, o si es una "inocencia" construida, un estudiado ajuste a las expectativas destinado a facilitar la interacción. Observa Goffman que una coartada demasiado perfecta, una representación demasiado buena, puede inducir sospechas de ser lo contrario de verdadera. Y que tampoco son fiables en cualquier caso sus versiones imperfectas—todo depende de la situación. Hay criterios para distinguir la autenticidad, sí: por ejemplo, el entramado irrepetible de detalles—pero nunca son válidos los mismos criterios siempre y en todo lugar. Esto es como el arte de la guerra de Sun Tzu:
Y es que tratándose de un juego de a la vez identificación y competencia con el contrario, se instala una relación perniciosa que impide la estabilización del sentido:
Y no hay solución buena: ni pensar que el adversario es más ciego, y que ya estamos un paso por delante de él, ni pensar que es tan vivo como nosotros, pues podemos utilizar estrategias hiperrefinadas que podrían ser incluso contraproducentes al ser ignorados nuestros esfuerzos por un adversario mucho menos hermeneuta y más directo que nosotros (fools rush in where angels fear to tread...). Y así nos instalamos en la paranoia hermenéutica, en terreno violentamente oscilante e incierto:
El juego de la interacción lleva a que la mera posibilidad de ser observado por un vigilante convierta al sujeto (ya) en vigilante él mismo, inaugurando el ciclo maquiavélico de las apariencias circunstanciales y su construcción cuidadosa. El mismo comportamiento "inocente" se vuelve, cuando hay consciencia de ser vigilado, en una actuación teatral (no de otro modo pasamos ante los controles policiales).
Así pues, la realidad tal como la experimentamos es activamente construida por anticipado—y adquiere así una naturaleza dramática, y narrativa—pues contamos con que nuestra interpretación de nuestro papel será observada y evaluada según un plan que prevemos lo mejor posible. El futuro se construye por anticipado, y se prepara desde ahora (plantándola por adelantado) la mejor salida a las alternativas que los demás nos puedan presentar. Desde el momento en que el sujeto observado puede reciclar el contexto y modelarlo por anticipado para que produzca el efecto deseado, abriéndonos salidas alternativas, y haciendo lo posible por que juege a nuestro favor, dentro de lo posible, la conjunción irrepetible de circunstancias. Esta conjunción va creando espontáneamente nuevos contextos que en parte pueden haber sido amañados por adelantado, y en parte ofrecen material para futuras manipulaciones. Esta cuestión de la preparación por adelantado del futuro me interesa especialmente por lo que desvela sobre la naturaleza retroactiva del presente—la interpenetración mucho mayor de lo que solemos creer entre presente, pasado y futuro (o sea, la articulación del tiempo propiamente humano, que es una construcción a la vez intensamente semiotizada, e interactiva).
Pasa Goffman a estudiar situaciones interactivas de tres sujetos: uno que prepara una situación para que un tercero interprete en ella las acciones de un segundo—el ejemplo clásico es lo que los americanos llaman framing, el plantar pruebas incriminatorias contra alguien, pruebas del tipo exacto que un tercero o una autoridad va a apreciar como irrefutables. (De ahí al sentido más goffmaniano de framing entendido como construcción interaccional de la realidad no hay sino un paso). Otro caso de paranoias en tríos y en grupos se da en el caso de los viejos amigos, cuando cada cual va sabiendo (y diciendo a unos sí y a otros no) cosas de los demás que no deberían saberse, o revelarse. Esto lleva a que sea un alivio librarse de estas relaciones, o a echar en falta los tiempos iniciales donde todo el mundo tenía menos información utilizable.
En fin, que nuestra identidad pública, como la de los espías, siempre es una construcción parcialmente ficticia y frágil, sujeta a revelaciones, desenmascaramientos, exposición de contradicciones y de actitudes incompatibles. Es otro aspecto de lo que Goffman llamaba "rostro" en su famoso ensayo "On Face-work". Le echamos rostro, queramos o no. Y no sólo somos espías, sino que vivimos rodeados de ellos:
Al parecer Goffman era un observador con algo que ganar, y como tal temido por sus colegas y allegados—aun cuando únicamente estuviese reuniendo datos y ejemplos para su teoría.
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JoseAngel -
Jose -