Retrovisor interiorizado
(Sábado 10 de febrero de 2007)
A veces echo en falta, andando por la calle, no llevar retrovisores. No es que los eche de menos deliberadamente, vamos, que no es que me tiente instalarme unos en los hombros; lo que pasa es que espontáneamente a veces echo una mirada al retrovisor... y me encuentro con que no tengo retrovisor, porque no voy en mi moto (o coche), sino a pie. En la moto no ando escaso de ellos, parece la vespa de Quadrophenia, con cuatro retrovisores; y el coche tiene los tres de rigor, que creo que miro tanto como lo que tengo delante (no es que eso sea muy aconsejable, no...). Por la acera, me tengo que conformar con echar un ojo a los escaparates que pillan al bies. El caso es que, leñe, sí que vendrían bien unos pequeñitos, en la esquina de las gafas... Esto de los retrovisores es un caso curioso, y muy de andar por casa, que muestra cómo interiorizamos esquemas perceptuales no "naturales". Los saltos de secuencias en el cine son otro ejemplo. Los interiorizamos sobre todo si son convenientes, y nos permiten relacionar rápidamente dos imágenes con poco esfuerzo. Lo de volver la cabeza es un rollo, estamos deficientemente diseñados para eso, y la mitad de las veces no nos enteramos de lo que pasa a nuestras espaldas. Qué limitado se encuentra uno de repente sin sus retrovisores, abocado a la vista al frente; es como llevar anteojeras. Y qué práctica, la polvera de la femme fatale, para estos casos, o el bruñido mechero del investigador privado.
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